Apreto sus huesos,
giró su cabeza,
despues de levantarlo y
soltarlo desde la altura,
una y otra vez.
Sin mirarlo.
Sin importarle, ni sentirlo.
Le dio de comer de su mano,
practicó infiernos en su carne.
Lo obligó a pedir piedad,
una y otra vez...
A arrodillarse sobre las espinas.
Se alejo diciendo:
No vas a tener nada mejor que yo.
Nunca.